Representante del fabianismo marxista de cuño piurano –que puede ser considerado un exponente nativo del “Socialismo de cátedra”– intelectualista y parlamentario. No buscó sus fuentes en la III Internacional insurreccional, sino en la III Internacional pacifista y conciliadora. Estuvo más cerca de Kautsky que de Lenin, recusó a Stalin y admiró a León Blum.
Hizo sus estudios primarios en el puerto de Paita y prosiguió la secundaria en el Colegio San Juan de La Libertad. Inició sus estudios universitarios en Trujillo, donde destacó como dirigente estudiantil, convirtiéndose en un fervoroso difusor de la Reforma Universitaria.
Se trasladó a la Universidad de San Marcos, donde hizo contacto con el vigoroso pensamiento progresista que recorría los claustros de la antigua universidad. Sus actividades políticas no lo alejaron de una esmerada formación académica, optando el bachillerato con la tesis: “Una institución que debe desaparecer, definitivamente, de los sistemas penales actuales: la pena de muerte” (1927).
Se incorporó al grupo de jóvenes, que se capacitaban en la tertulia académica promovida por José Carlos Mariátegui, donde se formó la cimiente del socialismo peruano, que dio origen al partido en 1928. Posteriormente, cuando la mayoría juzgó necesario adoptar en nombre de comunista para la agrupación, oficial del marxismo-leninismo, Castillo manifestó sus discrepancias, alejándose para, conjuntamente con Fernando Chávez León y Teodomiro Sánchez Novoa, constituir el 18 de octubre de 1930 el Partido Socialista del Perú, del cual sería su principal ideólogo y vocero.
El P.S. tuvo su principal base de apoyo en Piura, donde el joven proletariado petrolero y las comunidades campesinas recepcionaron el mensaje de Castillo, con ese apoyo llegó a ser miembro de la Asamblea Constituyente de 1931. Acompañado de Hildebrando Castro Pozo, Alberto Arca Parró y Nicolás Baracadillo formaron una minoría doctrinaria, autónoma del APRA y el sanchecerrismo, que libró enconados debates por afirmar propuestas modernas y democráticas en la Constitución de 1933.
Sostuvieron planeamientos coherentes sobre la participación política, a diferencia de otros grupos, mientras el PAP propugnó el voto para los analfabetos, pidió voto restringido para las mujeres; los conservadores rechazaron el sufragio de los iletrados, en cambio, por simple cálculo político, exigieron voto irrestricto para las mujeres.
Luciano Castillo, abstrayéndose de las pugnas electorales, solicitó el sufragio irrestricto para los analfabetos, las mujeres y los militares, basándose en que el primero tiene un contenido antioligárquico y para los restantes posee una esencia democrática, y por lo tanto, para todos los casos constituyen un elemento de igualdad política.
Posteriormente a la abusiva defenestración de los representantes apristas, los socialistas se convirtieron en una minoría aguerrida que defendió la legalidad contra todos los excesos de la Unión Revolucionaria (U.R). Cuando se trató el artículo sobre la proscripción de los partidos internacionales, Castillo –a nombre de los socialistas- no niega su defensa a los apristas y comunistas aludidos directamente por el artículo de marras, y sostiene: “Esta ofensiva contra los partidos políticos de espíritu revolucionario es una de las características de los regímenes fascistas y dictatoriales”, aludiendo a la Internacional Conservadora que se alistaba para ensangrentar toda Europa.
Al concluir el Congreso Constituyente de 1938, Castillo fue deportado rumbo a Asia, pero el barco que lo llevaba desterrado se detuvo en México, circunstancia que aprovechó el líder socialista para evadirse. En México, fue incorporado como Profesor Principal de Economía Política de la Universidad Autónoma.
Concluida la Segunda Guerra Mundial y al darse inicio al proceso de distensión con el Frente Democrático de Bustamante y Rivero, Castillo retornó al Perú, siendo elegido Diputado por Piura (1945-1948). La Universidad de San Marcos lo incorporó como profesor del curso de Economía Política, donde dio clases magistrales: erudito y sencillo, profundo y ameno. En 1950 fue elegido Senador. Sin renunciar nunca a su prédica socialista, en 1962 y 1980, postuló a la presidencia de la República; con escasos recursos económicos, no desmayó en sus intentos de, por la vía parlamentaria, difundir el socialismo. No decayó ante ningún traspié electoral para repetir ante sus partidarios: “No hay derrota. La victoria se ha postergado una vez más”
Orador vigoroso, de palabras cálidas y acento norteño, como un algarrobo sereno aguardaba el triunfo de la democracia como vía pacífica y segura al socialismo.